lunes, 22 de febrero de 2010

“Oh, Dios mío” en el Auditorio Ben Amí.-*


Con ribetes de drama existencialista y de fábula pero en clave de comedia, la obra teatral de la autora israelí Anat Gov en versión de Juan Freund cita a un Dios abatido en el consultorio de una psicóloga. Aquí, Él se permite reír cuando tropieza con un corpiño de su interlocutora, aunque también se angustia: “Creé al hombre para darle de comer a los animales, pero destruye el mundo”, hace eco en la sala, cuyas dimensiones atentan contra la intimidad del texto.

Por María Daniela Yaccar
Fotografía gentileza de Oh, Dios mío

Buenos Aires, febrero 16 (Agencia NAN-2010).- El hombre tiene un problema: Dios. ¿Cuántas veces ese de arriba --o cualquier similar envestido por estatuto de omnipotencia-- se llevó la culpa de pesares personales o de media hora de noticiero? “¡Dios me libre!”, “¡Me cago en Dios!”, o simplemente dejar de creer. Cualquiera que padezca, aunque de lejos, la guerra o el hambre podrá entender. Más aún, cualquiera que haya decidido convertirse al ateísmo. El razonamiento es Regla de Tres: Dios es todopoderoso; la guerra es mala; la guerra es culpa de Dios, que no se sabe para dónde cuerno está mirando. Pero la cosa no es tanto creer o reventar, sino depositar la miseria humana en un objeto externo. Sobre eso se interroga Oh, Dios mío, obra teatral escrita por Anat Gov y dirigida por Juan Freund, que se presenta todos los jueves y sábados a las 21 en el Auditorio Ben Amí (Jean Jaurés 746).

Aleccionadora --con moraleja y todo--, filosófica y existencialista, la pieza es aún así una comedia, ya que se permite bordear el humor. Sobre todo porque narra un encuentro bien particular: el de una psicóloga y Dios. Ellá (interpretada por Silvia Franc), una terapeuta especializada en niños con dificultades de aprendizaje, manda a su hijo a ver Shrek mientras aguarda a su próximo paciente. Se la nota alterada, histérica: percibe que quien está por golpear la puerta le representará un nuevo desafío. Quien ingresa se da en llamar Señor D. (Eduardo Wigutow), un hombre de sombrero, lentes, bigote y presencia potente, sin ánimos de develar su identidad. Actitud que, claro, no es bien recibida por ella y que da lugar a un comienzo tenso, amenazado constantemente por el abandono. Hasta que, en un momento, el Señor D. deja a un lado su misterio y decide responder el cuestionario propuesto por Ellá.

Él dice que es un artista mutifacético de 5.770 años. La terapeuta se inquieta y le propone derivarlo a un psiquiatra, pero él se niega. “Necesito que me escuchen. Algo terrible va a ocurrir.” Y ahí, sin vueltas, con la voz bien grave y con la advertencia de la música de Gabriela Goldman que no llega a ser tétrica pero que ilustra el enigma, el Señor D., hundido en la desesperación, se anuncia: “Soy Dios”.

Al principio, la relación entre ellos es de lo más tirante, porque ella tiene dificultades para creer en Dios. El diálogo adquiere calidez cuando finalmente recupera la fe, luego de varias pruebas. El Dios de Freund resulta tan omnipotente como para hacer llover según su antojo, pero tan humano como para llorar por el desconsuelo que le producen los errores del humano. Es un Dios que, cansado de escuchar las quejas de los hombres “que nunca agradecen nada”, pide a gritos compasión y hasta, parece, se esfuerza por dar lástima.

La humanización de Dios es uno de los puntos más interesantes de la pieza: Dios es capaz, incluso, de usar su poder divino para presionar a Ellá y continuar con la sesión. Lejos de valerse de arengas, es realmente un tipo deprimido que no sabe qué hacer con su vida y que se ríe cuando se sienta sobre el corpiño de su terapeuta. En cuanto al problema de Dios, justamente aquí se invierte la ecuación: es el hombre. “¿Por qué creé a ese maldito? Lo hice para darle de comer a los animales, regar las plantas…. Pero él destruye el mundo, contamina ríos, genera baños de sangre”.

En la indagación por su psiquis, no faltan las críticas a la deidad. De hecho, terapeuta y Dios llegan a la conclusión de que lo que él persiguió al crear al hombre es sentirse amado --lo que busca cualquier persona, según la terapeuta-- y que, cuando no lo consiguió, se vengó. Así, pasean por el texto bíblico para poner el acento en algunas desgracias, como la violencia entre hermanos --por ejemplo, entre Caín y Abel-- o la muerte de los hijos de Job --aunque habitualmente se le eche la culpa al Diablo--. En su afán por conseguir la atención de su amigo, y consciente de haberla perdido, Dios se habría dado la licencia de no garantizar su bienestar.

Por eso es que la cuestión no es creer o reventar. Freund explica muy bien la idea que gira en la obra y cómo conjuga con sus trabajos anteriores. “Todo lo que escribí o dirigí a lo largo de mi trayectoria profesional, tenía un fuerte contenido y preocupación por lo social. Vamo y vamo y Al fondo a la izquierda son dos grotescos sobre los recursos humanos para poder sobrevivir en situaciones límites. Bienvenido Sr. Mayer, pieza autobiográfica, habla de la ilusión de un holocausto perdonado y la culpa redimida. En Tribunal de Mujeres (escrita por Naomí Ragen), abracé la defensa de aquella mujer que lucha contra los fundamentalistas que le arrebataron a sus doce hijos. Y ahora con Oh, Dios mío mi búsqueda es realizar el siguiente interrogante: el hombre que mata, asesina a millones de niños y ancianos, ¿está hecho a imagen y semejanza de Dios o se ha creado un Dios a su imagen y semejanza?”

El hombre como proyección de Dios y Dios como proyección del hombre es la reflexión que recorre la pieza y que representa una inteligente lectura sobre la actitud del ser en el mundo y sus creencias o inventos, sin la violencia indiscreta que habitualmente caracteriza a algunos textos religiosos. En cuanto a detalles técnicos, se destacan la música y la iluminación, aunque las dimensiones de la sala --demasiado larga y angosta-- no permita que lo que ocurre arriba del escenario adquiera su merecida cuota de intimidad.

*Publicado en Agencia NAN el 16 de febrero de 2009.

“En esto lo esencial es participar”*


El músico argentino Enrique Noviello se radicó en Amberes tras la crisis de 2001 y gestó allí una agrupación murguera con características locales propias. Ahora ya existe una docena, cada una con una personalidad diferente.

A menudo, y con más énfasis en esta época, los tambores entregan a las calles de Buenos Aires parte de la herencia que los esclavos africanos dejaron por estas tierras. El calor es parte de ese paisaje, también el color y el barrio: elementos que condensan la esencia de la murga porteña. Cuesta creerlo, pero en este mismo mes, el año pasado, en Bélgica hubo sólo treinta y tres horas de sol, y eso no hizo que las murgas se callaran (bueno, el calor tampoco es condición sine qua non). ¿Las qué? Con esa desorientación les responden los belgas a Enrique Noviello, argentino residente en ese país y director de Los Murginales, cuando los invita a acercarse a sus talleres. Podría decirse, también, que es uno de los culpables de que la Argentina y Bélgica tengan en común más que el gusto por la cerveza y los chocolates.

Esa murga que se gestó, con sus particularidades, muy lejos del Río de La Plata, vuelve a su punto de origen para los festejos del Carnaval. Noviello y representantes de otras agrupaciones de Amberes actuarán esta noche a las 21 en el Centro Cultural Ricardo Rojas (Av. Corrientes 1543) y la semana próxima en el Espacio Cultural Nuestros Hijos (Av. del Libertador 8465). En ambas oportunidades, los visitantes se presentarán en compañía del coro La Matraca, con Coco Romero a la cabeza, para recrear “una pequeña historia musical con algunos guiños de comicidad, algo así como un River-Boca de las murgas”, adelanta Noviello en la charla con Página/12. Resulta gracioso ver cómo una joven belga pispea un texto en castellano incrustado entre sus pies, para demostrar a los porteños que ella también puede hacer murga y de la buena. El encuentro se propone, también, como un intercambio. Romero ya viajó a Bélgica, por ejemplo, para participar de un foro internacional. Y ahora el objetivo es que los murgueros de ese país conozcan de cerca el carnaval porteño.

En Bélgica las murgas son un fenómeno en crecimiento: desde 2006 hasta hoy, ya aparecieron doce agrupaciones. La primera fue Los Murginales, con un debut que signaría un poco su historia y su cauce. Porque la calle es “la de las ollas militantes”, diría Ignacio Copani, y eso aunque ellos hayan sido los que salieron con cacerolas de teflon. “Estábamos planeando por dónde arrancar y justo sucedió que un neofascista salió a la calle a matar gente. Se organizó un festival en repudio de este tipo de situaciones, porque había un trasfondo de reacciones de intolerancia de la extrema derecha. Salimos con las cacerolas a cantar temas de Los Fabulosos Cadillacs en la cara a la ministra de Cultura. Eso fue como el gen del proyecto”, recuerda Noviello, quien arrancó por sugerencia de su amigo Gerardo Salinas, gestor cultural.

La idea surgió luego del éxito que tuvo en Bélgica un festival de tango. “Nos largamos con el criterio de reproducir la murga como espacio de interacción social, sin caer en el cliché del género.” Claro. Para entender lo que allá significa una murga hay que detenerse en varias cuestiones. “No se puede hacer una orquesta de tango en Japón si los pibes no van a un café o no saben lo que es un conventillo. Pueden tocar muy bien, pero es el formato sin el contenido. El propósito no era una murga, sino la murga como concepto de comunión y de reunión social”, explica Noviello.

Por otro lado, la variedad de nacionalidades también influye sobre el resultado, bien distinto al porteño. Hay un diálogo intercultural. “Al principio éramos cincuenta personas de trece países: marroquíes, franceses, venezolanos, belgas, argentinos... Era un quilombo. Como la propuesta está ligada a la identidad, cada murga busca la propia.” L’amour Gaga es teatro itinerante, Fata Murgana mezcla música gitana con danza del vientre, Sentimiento Verde une elementos africanos y brasileños. “Hasta se pueden ver murgas con raperos que bailan breakdance en la calle. Y también hay una deformidad en cuanto a instrumentos: bombo con platillo, banjo, percusión y vientos”, concluye. Aunque cada una con sus particularidades, las murgas belgas tienen un marco común de creación: baile, música, poesía e indumentaria que identifique al grupo. Al igual que sus hermanas rioplatenses, se reúnen todos los años en un corso, pero en junio.

En plena crisis de 2001, Noviello viajó a Bélgica y vivió durante un tiempo en una casa ocupada con gente de distintas procedencias. “Me invitaron a vivir con ellos cuando vieron que tocaba el saxo. Eran del palo del punk. La murga salió con un grupo más abierto, porque hay personas más papistas que el Papa: maquillarse y disfrazarse no les gustaba. Tienen otro perfil, más combativo.” En Buenos Aires, había participado de una murga por un breve período, suficiente como para darse cuenta de lo que buscaba artísticamente. “Cuando soñaba con ser un buen instrumentista, atormentado con Miles Davis y John Coltrane, pasaba ocho horas en mi casa estudiando para dominar la técnica del instrumento. Ahora comparto todo con gente de carne y hueso. Lo que nos haga bien, va a hacernos bien a todos.” Su mujer, y codirectora de Los Murginales, Joana Rossi, comparte esa visión: “La esencia de lo que hacemos es participar. Cada vez le damos más bola a lo artístico, pero no descuidamos el aspecto social. La gente viene con un bagaje, nosotros intentamos descubrirla”.

“La murga tiene que tratar de satisfacer necesidades de diferentes pueblos”, concluye Noviello. Y pone como ejemplo a una agrupación en Rotterdam que busca la integración de drogadictos. También un viaje de Los Murginales a Soweto (Sudáfrica) que culminó en la conformación de una murga allá, llamada Nathi. “Fue como estar laburando en la Villa 31. Veías tribus enemigas enseñándose bailes. No es que los chicos van a salir de la miseria... uno no es político. Pero podemos ser actores sociales desde lugares mucho más simples”, reflexiona.

En Bélgica, la ola murguera nacida en Amberes ya reunió a más de 800 personas y comienza a expandirse por el norte. Tampoco es casual que haya pegado allí primero. “Amberes tiene muchas caras. Hay gente con muchísima guita, pero también hay una contracultura muy fuerte, como la conformada por okupas y hippies viejos, que vio y vivió otra cosa. Para todo ese público un proyecto como éste es súper interesante”, explica Noviello. Hay un contraste, entonces, de cosas que brillan: los diamantes que se exhiben en las vidrieras y las caras maquilladas que piden que, en este febrero, el sol salga un poco más.

Informe: María Daniela Yaccar.

* Publicado en Página/12 el 20 de febrero de 2010.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-17013-2010-02-20.html

El imperio de los sentidos


Sobre la base de una mixtura de disciplinas, la compañía integrada por cinco músicos y tres actores ofrece un recorrido por géneros musicales de distintas partes del mundo. Hay música klezmer, balcánica, polka, vals, tarantela, chamamé, todo con activa participación del público.

Hay personas que se miran con recelo o que directamente ni se miran. Imposible imaginarlas en un diálogo, por ejemplo. Puede que suene trillado, pero no mal aplicado aquello de que la música es el lenguaje universal. Cada viernes a las 21.30 el auditorio al aire libre de Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131) ofrece una prueba de ello: gente que jamás caminaría junta por la calle se abraza o salta alocadamente mientras suena Babel Orkesta. Conformada por cinco músicos y tres actores, y sobre la base de la mixtura de disciplinas, la compañía ofrece un recorrido por géneros musicales de distintas partes del mundo. Más que una representación, lo que buscan es la participación del público en el espectáculo. “Es una verdadera fiesta popular, un casamiento sin novios o un encuentro para solos y solas”, definen Diego Brizuela (actor) y Pablo Maitia (guitarra y banjo) en la charla con Página/12.

Inicialmente, Babel Orkesta fue un proyecto musical. Y en este tercer espectáculo, que lleva el mismo nombre de la agrupación, los sonidos son la piedra angular. Lo llamativo es cómo géneros tan disímiles en procedencia y estilo alcanzan un grado de hermandad: música klezmer, balcánica, polka, vals, tarantela, chamamé y hasta un cover de Pump it. “Todos tienen mucho folklore o directamente lo son. Y si bien tocamos temas populares y propios, van para el mismo lugar: lo bailable y festivo”, explica Maitia, también compositor. Según él, la clave para que “un tema actual y uno que tiene cien años suenen contemporáneos” está en los instrumentos que conforman la banda: guitarra, banjo, tuba y trombón (Santiago Castellani), acordeón a piano (César Pavón), saxo soprano y tenor (Zeta Yeyati) y percusión (Alejandro Castellani). “Establecen una categoría antigua pero con la potencia de la música actual”, sintetiza.

En los casi tres años que lleva la formación, la búsqueda siempre apuntó a ir más allá de un recital. Y en este sentido, pareciera haber una ruptura con el concepto tradicional de espectáculo. Porque este término viene de espéculo, que deriva del latín speculum (espejo). Sin ánimos de imitar al periodista obsesionado con las raíces de las palabras, tal vez la indagación sirva para explicar las particularidades de Babel, un show en el que la misma gente forma parte de ese espejo que es la representación. “En escenarios muy altos nos mirábamos y decíamos ‘¿y ahora qué hacemos?’. La distancia es un barniz que a no-

sotros no nos va. El músico que toca para él me aburre. Lo que buscamos es que el que está ahí diga ‘me están acariciando la oreja’ y no ‘mirá qué virtuoso que es este tipo’”, distingue Maitia.

La función de diluir los límites entre platea y espectador queda, sobre todo, en manos del teatro. Porque Brizuela, Ana Granato y Laura Alonso son quienes se ocupan de fomentar la participación del público. Se pasean por entre las butacas, sacan a bailar a la gente y hasta la invitan a tomarse fotografías. “No estamos inventando nada. Le proponemos al público que sea parte de nuestro color”, explica Brizuela. Son personajes pintorescos, surrealistas, que no se sabe muy bien de dónde vienen, pero que están inmersos en una historia. “Hay un relato, pero también se le deja al espectador que se arme el propio. La música ya cuenta: hay un recorrido por emociones, estados y lugares. Está eso de los encuentros y desencuentros amorosos, por ejemplo. Y mi personaje vendría a ser como el manager de la banda. Está atento a todo. Con algunos músicos tiene buena relación y con otros no tanto”, describe el actor.

La esencia de la compañía es el resultado de la conjunción entre artistas oriundos de diferentes lugares y con formaciones y trayectorias también distintas, pero con una perspectiva común. “Somos callejeros, es nuestra manera de ser. Si en este momento hubiera tres músicos, tocaríamos. Tenemos ese desprejuicio que en general los artistas no tienen. Nos gusta más que nada estar cerca”, sostiene Maitia. Ya sus actitudes al arribar a la entrevista lo demuestran: él llega en bicicleta, su compañero deambula por San Telmo repartiendo volantes por doquier. Juntos recuerdan las funciones improvisadas que dieron alguna vez en barco rumbo a Uruguay o en el subte. Y cuentan que entre sus proyectos se encuentra un ómnibus para ir de gira, que será a la vez casa, estudio de grabación y escenario. Quizás el siguiente ejemplo ilustre de alguna manera el cóctel que implica Babel y también su idiosincrasia: Yeyati, principal creador de la banda, fue saxofonista de la Mississipi durante veinte años, mientras que Pavón tocaba en el subte. “César es famoso de verdad, no de los medios. Más allá de que Zeta tenga perfil bajo, muchas veces César es más reconocido que él”, destaca Brizuela.

“Babel es un plato que nunca se termina de cocinar”, define Maitia. Precisamente, otro de los condimentos del espectáculo es la improvisación. “Podés venir varias veces y ver más o menos lo mismo, pero nunca exactamente. Tenemos una mecánica de lo inoportuno e inesperado. Usamos el equívoco, el error premeditado, la interrupción. Son todos permisos que tenemos. Si empezó a tocar la banda y a uno se le ocurre pararla, lo hace. Hay muchos túneles que se arman en el momento en el que estamos tocando”, explica el músico. Además de la estructuración del espectáculo, la improvisación define el funcionamiento de la compañía por el agregado constante de cosas nuevas. “Cuando yo todavía no era parte de la orquesta, una vez vi a los chicos y empecé a sacarles fotos. De ahí nació la escena en la que invitamos al público a fotografiarse con nosotros”, ejemplifica Brizuela.

¿Qué es lo que hace que un hi-ppie veinteañero baile con una señora pituca o que un padre arrastre de la mano a su hijo o viceversa? Y más allá de lo que pasa en cada show, ¿por qué Babel funciona en diferentes espacios, como la Feria del Libro Infantil y Juvenil o la Amia? “En otros espectáculos, la propuesta implica hacerte partícipe, pero a veces con cierto grado de violencia, de inquietar e intimidar”, explica Maitia. “En este caso nadie se va a sentir invadido. Es importante que la gente entienda que tenemos una buena relación con ella. El respeto está con todos: con el que quiere bailar como loco y tirarme de la ropa, como con el que me dice ‘no te me acerques porque me va a mirar la gente’. Esto es nada más que una invitación a formar parte de la fiesta”, añade Brizuela. Además, hay un atractivo que pasa por lo visual. “Babel tiene su estética. La palabra ecléctica no la define del todo, pero puede ser una aproximación. No somos vintage, porque hay una convivencia entre lo antiguo y lo actual. Está lo burdo, lo común, lo cotidiano”, resume Maitia, que se dedica también al arte plástico, al igual que Yeyati.

Pogos, trencitos, bailes con cambio de pareja, patadas en el aire. La gente parece olvidarse de dónde está. La escena final es emblemática. Todos los músicos abajo del escenario, el público que los rodea con aplausos que piden más. Es Babel en su máxima expresión: una torre metonímica de sonidos, sensaciones, espectadores y artistas construida sobre la marcha, que termina en las escaleras, mientras los de abajo miran al cielo.

Informe: María Daniela Yaccar.

* Publicado en Página/12 el 13de febrero de 2010

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-16934-2010-02-13.html

Un pensamiento con cuerpo


La obra escrita y protagonizada por Marcelo D’Andrea reflexiona sobre lo discursivo y el pasado... a partir de un locro que le cae mal al mecánico que lo comió. Así, el director lleva al límite su “alergia” por lo explicativo.

Cuando el teatro intenta decir y no dice, hay un ruido. Pero cuando no dice porque no puede, ¿qué hay? Si se le pregunta a Ricardo Holcer de qué trata el nuevo espectáculo que dirige, la respuesta es silencio y luego una carcajada. No es que dude: la imperfección no podría ser más precisa. Porque El ardor, que va todos los sábados a las 22 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960), aborda el universo de lo indecible. Escrita y protagonizada por Marcelo D’Andrea, la pieza se interroga sobre lo discursivo: las verdades establecidas y las olvidadas. En ese afán consigue una interesante reflexión sobre las profundidades de la historia argentina y latinoamericana, y encuentra un pasado que insiste con volver, pero que no puede ser lenguaje.

A pesar de la complejidad de la obra, el punto de partida es bien simple: un mecánico que ingiere un locro. En pleno desarrollo de su tarea, al hombre se le “atasca” la comida y comienza a hablar por ella. Cuando lo reprimido e inexpresable lo toma, transpira y sufre de arcadas. Reescritura de Acido de locro –estrenada en 1998 en Megafón–, El ardor arroja resultados innovadores en diferentes aspectos: desde la escenografía –una suerte de isla de tres metros por cuatro– hasta el sentido que cobra lo actuado, que pretende no ser relato sino un aquí y ahora genuino.

El interés de Holcer por el cuerpo del actor fue siempre muy marcado. Y en este caso parece haber llevado a la máxima expresión su “alergia” por lo explicativo. Sobre la base de esos ejes, el desafío fue “inventar una nueva poética”. Con un prontuario de más de veinte obras, como Los siete gatitos, Woyzeck y Doble concierto, y acostumbrado a rozar lo social e histórico desde el teatro, Holcer encontró en la propuesta de D’Andrea lo que buscaba: “La posibilidad de explorar una zona de la historia desde los materiales que la componen y que aparecen de un modo antropofágico, porque el texto los devora y vomita”, explica. La química que unió al dúo fue tal que ya prepara un nuevo espectáculo. “Desde (Norman) Briski que no trabajo con un actor de la potencia de Marcelo, con esa amplitud de registro, cambios de eje y alteraciones de espíritu. Y como es el autor, sentía que llevaba una bitácora conmigo”, elogia el director en la charla con Página/12.

–¿Cómo se resume esa nueva poética que mencionó?

–Intentamos inventar una poética que no remita al sentido común, que desafíe. Hay que devolverle la materialidad al cuerpo del actor. Nuestro objetivo no es crear una imagen sino un acontecimiento que produce el cuerpo. Si busco la justeza de una imagen, desplazo al acontecimiento. En la obra funciona al revés: el “navegar”, en tanto acontecimiento, produce la imagen de un barco.

–Hay momentos en los que la obra captura, pero no desde el entendimiento. ¿Cómo impacta esa poética en el espectador?

–Para seguir con el ejemplo de “navegar”, resuena como una sensación de estar viendo flotar. Buscamos ir directo al cuerpo del espectador, no a través de una moral, de una intermediación ideológica o de una imagen. Si todo eso es destino, se busca restituir una anterioridad que trae el espectador. No tenemos la soberbia de dar una respuesta histórica, ese teatro ya lo conocemos. Esperamos promover un pensamiento con cuerpo, que participe del acontecimiento y no que se siente a que se lo narren.

–El humor es un elemento importante en la obra. ¿El ardor es tragedia o comedia?

–Lo trágico y lo irrisorio vibran. Es esa risa que queda congelada en el gesto y que se desarticula en una mueca de desesperación, esperando rebotar en un próximo espasmo de risa. Se busca una suspensión del juicio de valor. De ahí que nadie pueda responderse si lo que ve es trágico o irrisorio. ¡Imposible separarlo, porque así es la vida! Y así son nuestros pueblos. El mecánico no instala un punto fijo a partir del cual habría locura. Está en el orden de lo inexpresable.

–Entonces, ¿qué lugar le queda a la palabra?

–La palabra se le impone al cuerpo, aparece con acontecimiento. Más que por el lenguaje, la obra transita por el habla, que se fuga y es plural. Hay un cuerpo lleno de cuerpos que es hablado. Hay una palabra-delirio que conecta con su sentido más antiguo: la profecía, lo adivinatorio. Es muy político, la palabra que no puede callarse. Cuando aparece en escena la madre del mecánico, cristianizada y explotada, es una voz que no puede ser callada. Y aparece en el cuerpo del hijo, como en su momento las madres hablaron desde el vientre de sus hijos desaparecidos. Cuando todo ha desaparecido, aparece. Esta es la paradoja.

–Y la diferenciación lenguaje-cuerpo se materializa en otra idea que recorre la obra: civilización o barbarie.

–Absolutamente. El personaje del padre, que también habla desde el cuerpo del hijo, tiene un discurso de la línea de la generación del ’80: neoconservador, terrateniente, oligárquico. No ha perdido actualidad, porque hoy está la Mesa de Enlace y el fenómeno llamado “campo”. El resultado es que coexisten tiempos que en otras teatralidades se pueden separar: el arcaico, con el locro y su relación mítica con los pueblos originarios; el presente, con la ley; y el futuro, como deseo del mecánico de poner en marcha la historia. El fuego no tiene otra forma de existir que consumiéndose. Ese ardor es el que transmite la pieza.

–¿De El ardor se desprende algún mensaje concreto?

–Nosotros no cobramos entrada para dar respuestas, lo que nos proponemos es estimular preguntas: “¿Por qué acepté esto de mi padre? ¿Por qué acepté esta visión del sexo?”. En cada descomposición orgánica se juega toda la existencia del yo. Y en cada deconstrucción de un yo se juega toda la historia de un pueblo.

–¿Por qué partir de un mecánico que ingiere un locro para semejantes interrogantes?

–Le tengo alergia a lo explícito, lo explicativo. En lo cotidiano convergen una cantidad de líneas que no tienen nada de extraordinarias, pero que son complejas. El mecánico está en su tarea cotidiana, pero como todo en nuestras vidas lo que aparece es una multiplicidad. El arte tiene la posibilidad de exhibirlo, el peligro es explicitarlo. ¿Cuántos saberes hay en un mecánico más allá de arreglar un soldador?

Reflejo histórico hecho carne
Por momentos, la actuación de Marcelo D’Andrea en El ardor es hipnótica. Genera conmoción, simpatía, enojo, ternura. Sobre todo cuando su personaje se desdobla y aparecen en escena su madre y su padre, en quienes se materializa la historia y los discursos en pugna. A D’Andrea, también autor de la pieza, le pasó lo mismo que al mecánico: “Fue algo oscuro. Me tomaron cosas vividas, el ‘qué nos pasó’, la negación de uno para sobrevivir cosas espantosas como la dictadura”, recuerda. En la versión inicial, Acido de locro, sobresalía el humor. “Cuando el tiempo juega a favor es un buen amigo. Ricardo confió mucho en este texto y me ayudó a depurarlo”, subraya D’Andrea. Integrante del elenco de Vidé... la cinta fija, describe las particularidades del personaje que interpreta en El ardor. “Es un mecánico de la clase media trabajadora, ése es un elemento a tener en cuenta. Ponerle el cuerpo es la clave, tiene que aparecer todo el furor de esa combinación de discursos. Experimenta una sintomatología por una comida, un reflejo histórico en su propia carne. Es algo que nos pasa seguido, pero no nos damos cuenta: la memoria que viene debajo de los discursos ganadores.”


Entrevistas: María Daniela Yaccar.

* Publicado en Página / 12 el 6 de febrero de 2010.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-16866-2010-02-06.html


“El público siente que vuela”*


El director Gustavo Silva y la trapecista Serena Méndez Gastaldo explican la lógica del espectáculo montado en la terraza del C. C. Recoleta. Se trata de una puesta en escena que combina tango y acrobacia: “El circo está siempre cambiando, se contamina de todo”.

¿Quién no soñó con volar alguna vez? Gustavo Silva siempre se había movido en el mundo del arte, pero cuando agarró el trapecio, a los 26 años, no lo pudo soltar más. En el ’92, apareció por primera vez en público “colgado de un árbol” en Parque Centenario y se convirtió en “El Mono”. A los 50, la sensación de suspensión en el aire es la misma, sólo que a través de sus alumnos de La Arena, la escuela de circo que dirige Gerardo Hochman. Amante del tango, Silva ya se había metido con ese género en Primer vuelo, un espectáculo que estrenó en 2006. Ahora repone Nocturna, combinación del 2x4 y la acrobacia, que va de jueves a domingo a las 21 en la terraza del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). “Intentamos contaminarnos y producir una suerte de lenguaje que mixture. Es la búsqueda que caracterizó a La Arena desde sus comienzos”, explica el director a Página/12. Una dama que se le escapa a un cusifai, dos desenfrenadas en el intento de seducir a otro: la sensualidad y el erotismo arrabaleros, con la particularidad –y la magia– de ocurrir mayormente en el aire.

La palabra es: hipnotizan. Durante los 65 minutos que dura el espectáculo es imposible quitar los ojos de encima a la docilidad de esos 15 cuerpos que se codean con las estrellas. “Lo que se genera es una identificación: el público siente que vuela. Pobre Icaro. Nosotros lo estamos resolviendo con menos generosidad, pero con un poco más de inteligencia”, bromea el trapecista mientras devuelve el mate. Nocturna se compone de un compilado de microhistorias que combinan distintos tipos de trapecio, aro, báscula y coreografías convencionales. El corazón de los números está en el imaginario tanguero de ayer y de siempre, porque suenan desde Aníbal Troilo hasta Bajofondo. “Alguna vez me dijeron ‘qué bueno eso de usar tango electrónico’, pero el espectáculo comienza con una vieja milonga. No creo en las separaciones. Eso sí: no me siento capaz de hacer el número que hacía el bisabuelo de mi profesor o con la misma ropa”, sostiene Silva.

“Es mucho más fácil hacer espectáculos con nuestra música porque nacimos escuchándola”, concluye. “Esto no se me ocurrió a mí. Lo que hice fue copiar a los chinos y a los rusos”, concede, con un dejo de humildad. El encuentro con el género rioplatense fue gradual. Sus primeras creaciones, Acróbatas en el aire (1999) y Vaivén (2005), no lo incluían. En Primer vuelo, se sentía “galopar en el aire”, con la música de Gotan Project, pero “no estaba el concepto” del nuevo espectáculo, que se puede resumir en “pequeñas historias que se cuentan de noche”. Nocturna se estrenó en 2008 en Ciudad Cultural Konex y en 2009 fue repuesto en el Centro Cultural Recoleta. Este año, llegó con nuevas coreografías y más cuadros colectivos, lo que exigió que los trapecistas tomaran clases de tango con más furor. En un momento en el que el género campea en las carteleras, Silva define la esencia de su espectáculo: “Lo nuestro no es danza aérea. Es circo. La primera son bailarines que trabajan con arneses, que dan la poética de la suspensión y que es muy bella. Pero lo nuestro pasa por el gesto acrobático que conmueve”.

Silva es uno de los representantes de lo que en los ’90 se dio en llamar Nuevo Circo, término acuñado por Hochman para aludir a la poética que comenzaba a gestarse y que implicaba el fin de los enanos, las mujeres barbudas, los leones y cosas por el estilo. Cuando los locales formaron el legendario grupo La Trup, el contexto internacional había dado un buen espaldarazo para esa forma de expresión: la aparición del Cirque du Soleil, en 1984. “El circo está siempre cambiando. A partir de las escuelas chorrea a todos lados y se contamina de todo. Nos metimos artistas que no nacimos en un circo y que llegamos a él con otros conocimientos previos. De ahí surgieron mezclas como la que se plasmó en Emociones simples (Hochman, 1993)”, explica Silva. Pese a la imbricación de lenguajes, lo que permanece es “la esencia de emocionar con el gesto acrobático”. Y también, las características tradicionales de la troupe: “El trabajo en equipo, la confianza, la perseverancia y la generosidad de entregarte al otro. Cuando estás volando y te soltás no vas a las manos del otro. Vas a un lugar donde sus manos todavía no están, porque están viniendo. En todos los pibes, con más o menos felicidad, percibo que se juntan todas esas cosas”.

Los pibes son sus alumnos y también los intérpretes de Nocturna, bajo el nombre de Compañía Vaivén. No es casual que Silva haya elegido estar acompañado por uno de sus discípulos durante la entrevista: se percibe que es de esos maestros que logran empatía sin hacer esfuerzo alguno. Quien ceba mate es Serena Méndez Gastaldo, que aprovecha para secretear que “es genial trabajar con él” cuando su profesor se aparta. Así como Silva tiene el apodo más representativo para contar su historia, ella porta un nombre que le calza justo para hablar de sus peripecias en el aire. En el show se luce en el trapecio de vuelo, con una imagen que transporta: su pelo largo que se hamaca con ella, que tiene la mirada fija en el espacio sideral. “Cuando conocí el trapecio de vuelo, se me tornó muy aburrido el fijo. Cada uno tiene una conexión con un elemento particular. Me enamoré de la sensación de estar colgada ahí arriba. Hay que tener mucha paciencia, repetir una y otra vez”, cuenta la joven de 21 años. “Esto es un mantra, aunque suene medio pelotudo. La idea es que aparezca lo que cada persona tiene de esencial. Hay que dejar de ser el protagonista, correrse del miedito, de la boludez, del ‘¿me queda bien el pelito?’ para que la gente se identifique con vos y se sienta volar un poquito”, redondea Silva.

El miedo puede atenuarse, pero el riesgo está siempre latente. De ahí que ellos vivan lo que hacen como “una entrega”. La decisión de no buscar artistas por fuera de La Arena, más que deberse a un capricho o a una ideología, parece un resultado inevitable: “Convivo con ellos. Me empiezan a provocar cosas, con sus movimientos, miradas, gestos, cuerpos, maneras de hablar, personalidades, la musicalidad que tienen en el aire. Y además, uno no puede no estar pendiente de esa persona porque le está enseñando cosas peligrosas. En ese momento, el alumno ocupa todo tu ser”. El trabajo con ellos excede lo meramente artístico. El espectáculo se hizo “a pulmón”, porque las particularidades de la puesta “vuelven difícil laburar con otra gente”. “Todo lo hice yo con mis manos. Una red sale 10 mil dólares”, subraya Silva.

Esta vez, a diferencia de otros espectáculos que lo tuvieron a la cabeza, Silva decidió no volar. No obstante, aún se define como trapecista. “Lo mío es como (César Luis) Menotti, que dice que todavía es jugador de fútbol pero que los técnicos no lo ponen. Nadie me llama. Además, me parece que el cuerpo ya no transmite lo mismo y la cabeza se te va para otro lado. Pero soy muy feliz viendo volar a ellos. Me siento volar en ellos”, expresa. Aunque en algún momento imaginó que la pausa en el rol de intérprete lo llevaría a buscar otros rumbos, en la música o en la actuación, la fascinación por “lo inmediato y palpable” del mundo del circo fue más fuerte: “El teatro me da más a chamuyo, sin ánimos de cuestionarlo. Puedo decir ‘salto mortallll’, pero en el circo lo tengo que hacer”. Entonces, por más que la fotografía sea la excusa para lanzarse por primera vez a la red que construyó, sobran motivos válidos para aún llamarlo “Mono”.

Entrevista: María Daniela Yaccar.

*Publicado en Página / 12 el 10 de febrero de 2010.-
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-16907-2010-02-10.html

lunes, 1 de febrero de 2010

Amar, temer, partir... volver.- *


A Ramona Leiva la acusaron de estar “metida en la droga” y la encarcelaron durante casi cuatro años en Ezeiza, lejos de sus siete hijos. Cuando logró confrontar el encierro, se “puso las pilas” y estudió peluquería, computación y restauración de muebles, hasta que llegó al arte, que “modificó el enfoque de su vida”. Tanto que, al traspasar las rejas, no se quiso ir del todo: bajo el manto de la asociación civil Yo No Fui, la mujer regresa cada jueves para brindar talleres de serigrafía a las reclusas.

Por María Daniela Yaccar
Fotografía de Martín Lonigro

Buenos Aires, enero 28 (Agencia NAN-2010).- En sus ojos se percibe un ahora que resume un antes y un después. La síntesis es fácil de descifrar, no así el dolor, porque toda ella es vida y sonrisas. Ramona Leiva es una mujer que logró burlar todos los prejuicios. En su estadía en la cárcel, traspasó las rejas --no las materiales, claro-- y se inventó una nueva vida cerca del arte. Y una vez afuera, sin la mezquindad de algunos que se autodenominan sabios, decidió traspasarlas de nuevo --ahora sí, las materiales-- para compartir lo que aprendió adentro. Cada jueves por la mañana, durante dos horas, Leiva coordina un taller de serigrafía en la Unidad 3 de la cárcel de Ezeiza que incluye algunas clases de dibujo y pintura a pedido de las alumnas, y también mate, galletitas y novedades del mundo exterior. “Para mí, entrar es una bandera de triunfo porque me abren la reja. No es que lo hacen porque vengo con la policía al lado. Me la abren a mí”, grafica en una charla con Agencia NAN.

Leiva no trabaja sola. En realidad, ella es todo un símbolo de Yo No Fui, una asociación civil que busca acompañar a las mujeres dentro y fuera de la cárcel, con talleres de poesía, fotografía, diseño, serigrafía y otros. Se puso en marcha hace cinco años, con un taller de poesía a cargo de María Medrano, en la Unidad 31. Cuando las internas comenzaban a salir, se encontraban con una realidad compartida: la soledad, la falta de trabajo y de apoyo del Estado. En consecuencia, la organización comenzó a funcionar como un espacio de capacitación para reinsertar a las mujeres en el universo laboral, y a veces hasta como la posibilidad de recibir algún ingreso por lo recaudado en ferias o trabajos a pedido, aunque mínimo.

Si Leiva es todo un símbolo es porque en su adentro están las experiencias del adentro y del afuera, vaya trabalenguas. “Una vivió ahí. Miro a las chicas a los ojos cuando están tristes, cansadas y cuando ya no quieren estar presas. Yo lo viví. A veces se les nota eso de no aguantar más, el ‘me quiero ir’. Y la verdad es que no hay otra cosa”, sentencia. Bajo el programa “La experiencia cuenta” --que recibe un apoyo del Ministerio de Justicia--, Leiva comenzó con clases de serigrafía, luego de esténcil, dibujo y pintura sobre tela, papel y madera, para que las presas “abarcaran otras cosas”. Y en el cubículo que Yo No Fui tiene en Palermo, recibe a quienes gozan de salidas transitorias o recuperan su libertad, con otro taller, al que también se incorporaron algunos hombres.

Leiva es consciente de que ese grupo de 15 internas la espera cada jueves ansiosamente. “En serigrafía se trabaja con productos que son muy fuertes y no todas tienen el buen ánimo de ensuciarse y usar ese tipo de líquidos. Con el dibujo se relajan más. También les llevo revistas, las comentamos, les cuento novedades. Hay que dejarlas que se asienten un poco, tomamos mate y todo eso va haciendo un taller --cuenta--. Me llevo muy bien con las chicas. Cuando ellas me decían ‘maestra’ o ‘profesora’, yo les decía: yo no soy ni una cosa, ni la otra. Primero porque no tengo título, lo que hago es compartir lo que aprendí. Y después, porque así como yo traigo cosas, me llevo otras. Me sirve. Entonces ellas también serían mis maestras.”

¿Y adónde va a parar todo ese trabajo que nace en el taller? “El taller de costura de afuera hace las remeras, el de diseño las corta y se hacen los moldes, el de serigrafía las estampa y después eso se vende o se hacen ferias”, explica Leiva. Y más allá de eso, hay otro tipo de logros que vivencian quienes pasan por la experiencia. “María (Medrano) se contactó con una persona que trabaja en cárceles en Francia y están haciendo un libro en común. Algunos de los dibujos de ese material son de las chicas, y la tapa seguramente también saldrá del taller”, ejemplifica.

Económicamente, lo que Leiva obtiene por ser transmisora de sus conocimientos --por no ir en contra de su voluntad llamándola maestra-- es mínimo. Apenas le alcanza para los viáticos y los materiales. Y la recaudación que deviene de la venta de remeras se distribuye entre todas las mujeres que participaron del proceso. El objetivo es, entonces, recibir algún subsidio que permita que todos los que dan clases obtengan una ganancia. “No hay casi ayuda del Estado. Hacemos esto movidos por las ganas. No saco dinero. Eso sí: saco mucho más”, subraya Leiva.

Olor a calle

En la cárcel, la expresión que titula este apartado se usa para designar algo así como la energía que le brota a una persona que llega de afuera. Si Leiva es hoy quien arrastra ese perfume por los pasillos del penal, es porque en algún momento logró inhalar ese aroma que volaba por el aire. Ella percibe, claramente, que el triunfo que le representa volver a ingresar al lugar donde pasó casi cuatro años es una consecuencia de otras cosas. Su vida, antes, era bien diferente. Vivía con lo justo, lo que le dejaba la venta de bijouterie en Once con su marido, que también manejaba un taxi. “Tengo escuchas con un amigo y dicen que yo estaba metida en la droga. Nos metieron a mí y a mi marido. Soy inocente, pero me la banqué porque afuera conocí mucha gente y sé que no es un lugar de santos, ni todo es tan legal. Incluso, yo traía cosas por contrabando. En ese sentido, no soy tan inocente. Conozco gente, mi hermano anduvo en la droga y no me gusta la policía. Todo eso hizo que yo tenga un código de respeto. Mi compañero tendría que haber saltado y haber dicho que no habíamos hecho nada, pero nos terminó arrastrando”, recuerda.

Afuera dejó a sus siete hijos, que quedaron solos, porque su marido también “cayó”. “De todo lo malo que tiene la cárcel, por lo menos le saqué provecho. Nunca había hecho cosas para mí, más que criar chicos. El primer tiempo lloré mucho, hasta que una compañera me dijo: ‘Que las rejas no te lleven’. Me puse las pilas y estudié peluquería, computación, restauración de muebles. Y después entré al taller La Estampa --que funciona de manera similar al que ella dicta--, y se me despertó el amor por el arte. Todo eso fue modificando el enfoque de mi vida: por qué levantarme, por qué pelear hoy, a qué darle bolilla”, sostiene.

En la cárcel, Leiva recibió la visita de la artista plástica y escritora Fernanda Laguna, quien cuando salió también la llevó por la senda del arte. Afuera, se incorporó a Eloísa Cartonera, cooperativa en la que permaneció durante dos años. “Eloísa fue una parte importante en mi vida, una contención cuando salí. Si eso no hubiese pasado, ahora no estaría donde estoy”, recuerda. Finalmente, la conoció a Medrano. “Justo salió un grupo de poesía que era bastante fuerte y nos sumamos y armamos Yo No Fui”, relata.

“Cuando volví a entrar, al principio la gente de seguridad me miraba como si me conociera. Algunos se daban cuenta que ya había estado. Otros no, como ven tanta gente… Cuando hablo con las chicas, me preguntan por qué volví y les digo que cuando estuve adentro sentí que tenía que regresar pero de otra forma, para cambiar algunas cosas, porque no sirve quedarnos rezongando en casa. Me costó mucho, hace cinco años que estoy en libertad y recién ahora puedo entrar otra vez. No es que me encapriché de un día para el otro”, reflexiona. “Tuve miedo. No hay persona que no tenga miedo, nada más que yo puse el pecho y le di para adelante. Desde que salí, no hago nada que no me guste y no le doy excusas ni consejos a los demás. Muestro lo que hago. Pueden elegir. Hay malos momentos, pero pasan.”

Más allá de intentar generar un cambio en las internas, de dejarles la moraleja de que es posible barajar y dar de nuevo, existen otras cosas que Leiva quisiera cambiar: “La cárcel es un lugar muy duro, oscuro, frío. Me gustaría que las presas pudieran hablar más por teléfono, ver a sus hijos, que recibieran un mejor trato, que se analizara por qué llegan a estar presas. Hay muchas que nunca tuvieron una oportunidad, cada una tiene su historia en su espalda.”

-- ¿Y qué es el arte para usted, ya sea con olor a calle o a cárcel?
-- Los dibujos que hacemos pueden ser lindos o no. Eso no importa. Tienen que estar llenos de emoción. Todo, en realidad: pintar, cocinar, pasar un trapo. El arte es sentir las cosas que uno hace.
* Publicado en Agencia NAN, el 28 de enero de 2010.
http://agencianan.blogspot.com/2010/01/salir-con-el-corazon-estampado.html

Un hombre bizarro teñido de azul.-*


Celebrado por los amantes del cine B por Sangre de vírgenes y Correccional de mujeres, también glorificó a los parapoliciales en Comandos azules y puso la firma en varios vehículos pasatistas.


Taquillero y prolífico, dos palabras que definen a Emilio Vieyra pero que así sueltas no llegan a revelar toda su rareza. Tal vez, la diversidad de su filmografía permita una primera aproximación: comedias inocentes y subidas de tono, terror, policiales y hasta musicales. El cineasta falleció a los 89 años el lunes en su casa, luego de pasar una semana internado en el Sanatorio Anchorena de esta ciudad. “Murió a causa de una enfermedad que recién se le había detectado. A pesar de su edad, siempre tenía proyectos y pensaba hacerlos en cualquier momento, entre ellos un thriller policial”, expresó su hija, María Fernanda Blasco. A pedido del cineasta, sus restos fueron cremados el mismo día de su muerte.
Vieyra nació el 12 de octubre de 1920. Iniciado en la dirección en 1961, con Detrás de la mentira, fue productor de la mayoría de sus 30 largometrajes. Y quizá motivado por sus deseos iniciales de ser actor, se reservaba pequeños papeles en algunas de sus películas, como el del encargado de organizar fiestas negras en La bestia desnuda (1971). La explosiva mezcla entre elementos fantásticos, erotismo y terror de Sangre de vírgenes (1967), y Correccional de mujeres (1985) le dio un público propio: los amantes del cine clase B americano que admiraban su capacidad de recrear con bajo presupuesto atmósferas sangrientas con la dosis justa de sexo. De hecho, hasta intentaron patentarlo como “director de culto”.
Su figura es de lo más curiosa, porque en la vereda opuesta de esa admiración creciente se ubicaba la crítica especializada que –salvo un minúsculo grupo de adeptos– frecuentemente lo castigaba, y a menudo con razón. Los cuestionamientos más fuertes le llegaron en la época de la dictadura militar y adquirieron un tinte político. En aquel entonces filmó Comandos azules y Comandos azules en acción, dos historias que invitaban a una relación con las actividades de los grupos parapoliciales, a los que se retrataba con un aura de glorificación que identificó al director con el “proceso” gobernante. Al respecto, Vieyra se justificó hace unos años: “Es como pensar que los responsables de las cárceles me pagaban para hacer largometrajes como Correccional de mujeres”. En 1996 también se lo señaló por Adiós abuelo, film en el que parecía hacer una defensa de la apropiación ilegal de menores.
Antes, entre 1969 y 1970, Vieyra llevó a Sandro a la pantalla grande con Quiero llenarme de ti, La vida continúa y Gitano, que fueron exportadas a todo el mundo de habla hispana. Por esa época también filmó Villa Cariño está que arde (1968), La venganza del sexo (1971), y Yo gané el prode, ¿y usted? (1972). También les dio sus primeros papeles importantes a Susana Giménez y Soledad Silveyra en Los mochileros, con sus habituales Ricardo Bauleo y Víctor Bo. En 1974, con Bauleo, Bo y Julio De Grazia, llegó La gran aventura, iniciadora de la serie de Superagentes que rompió las taquillas. Un año más tarde, dirigió Los irrompibles, una suerte de parodia del western protagonizada por Jorge Martínez y Ricardo Espalter.
Alguna vez, Vieyra se autodefinió como “un fabricante de películas”. “No me considero un artista sino un artesano del cine. A mí lo que me interesa es el cine que entretiene”, expresó. “El policial, de intriga o suspenso, es lo que más me seduce. También hacer películas entretenidas, con buen ritmo, que no se detengan. Siempre preferí la sobriedad y el ritmo del cine estadounidense por sobre la teatralidad y la lentitud del europeo”, explicó sobre sus particulares elecciones.
En sus últimos años ya no filmaba tanto como en los ’70 y ’80. Su última película fue Cargo de conciencia (2005), protagonizada por Rodolfo Ranni, Pepe Soriano, Rubén Stella y Alicia Zanca, y una pequeña participación suya. Hasta hace poco se mantuvo en su puesto como secretario de Previsión Social de la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores), asociación de la que fue secretario durante más de diez años. “El cine que le interesa a la gente es el que la emociona, el que le muestra nuestra idiosincrasia, el que la entretiene, que la hace reír, como algunas películas que todos los críticos ignoran o descalifican, pero meten un millón de espectadores”, sostuvo. En esas palabras, tal vez, esté la esencia de la rareza.

* Publicado en Página / 12, el 28 de enero de 2010.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-16771-2010-01-28.html

Más cerca de Mr Oscar


La Academia de Hollywood anunció las precandidatas al rubro de película en habla no inglesa. El quinteto final se conocerá el 2 de febrero; el 7 de marzo, los premios.


El secreto de sus ojos dio un importante paso camino al Oscar: la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood anunció ayer que la película de Juan José Campanella quedó entre las nueve finalistas para llevarse la estatuilla por mejor película extranjera. Junto con el film peruano La teta asustada, de Claudia Llosa, fueron las únicas obras hispanas que entraron en la recta final, de un total de 65 películas. En caso de atravesar el último tramo, Campanella se convertirá en el primer director argentino en lograr dos nominaciones al Oscar, al repetir lo que vivió con El hijo de la novia, en 2002.
Desde su estreno el 13 de agosto pasado, El secreto de sus ojos se erigió como un fenómeno implacable, tanto en exhibición como en reconocimientos. Durante once semanas consecutivas fue la película más vista, hasta que la destronó This is It, el documental sobre Michael Jackson. “No tengo explicación”, advertía Campanella a este diario en noviembre sobre las repercusiones de su último trabajo cinematográfico, entre las que se destacan el posicionamiento que logró frente a los gigantes extranjeros y el hecho de convertirse en la película más vista desde el regreso de la democracia, con más de 2.400.000 espectadores.
Protagonizada por Ricardo Darín, Soledad Villamil y Guillermo Francella, la cinta es también un éxito en España, donde reunió nueve nominaciones para los premios Goya. Los reconocimientos fronteras adentro tampoco escasean. El secreto... se llevó 13 premios Sur, que entrega la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina. Y anteayer resultó la favorita con 13 nominaciones para los Cóndor de Plata, de la Asociación de Cronistas Cinematográficos Argentinos, además de ser nominada a “mejor película” por la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (Fipresci).
Por estos momentos, Campanella se encuentra en Estados Unidos dirigiendo capítulos de House MD y La ley y el orden. “Creo que todo el mundo que trabaja en cine sabe que no lo estoy diciendo de falsa modestia”, añadía sobre aquella “falta de explicación” ante el éxito. “Esto estuvo fuera de los parámetros. Yo dudaba de que llegara al millón de espectadores. Además, porque es una película por ahí más dura, más difícil. La sabiduría de la industria señala que la comedia anda mejor que el drama”, sostenía. Y respecto de la precandidatura al Oscar, manifestaba: “Es una alegría pero también es conciencia de que se trata de un primer paso en un camino largo. Por lo menos, salimos de las gateras y es mejor que no haber sido elegido. Pero es un año difícil con varias películas en competencia. Son quince más que en el año de El hijo de la novia”.
La lista de seleccionadas para la 82ª entrega de los Oscar se completa con The White Ribbon (Michael Haneke), Un Prophete (Jacques Audiard), Samson & Delilah (Warwick Thornton), The World Is Big and Salvation Lurks around the Corner (Stephan Komandarev), Ajami (Scandar Copti y Yaron Shani), Kelin (Ermek Tursunov) y Winter in Wartime (Martin Koolhoven). Este listado se reducirá a cinco, elegidas por dos comités especiales de la Academia destacados en Los Angeles y Nueva York. La votación se realizará a fin de mes y los resultados se darán a conocer el 2 de febrero. La entrega de premios se celebrará el 7 de marzo en el Teatro Kodak de Hollywood.

* Publicado en Página / 12, el 21 de enero de 2010.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-16701-2010-01-21.html

Guerra de conductores, final abierto.-*


Ante el fracaso de rating, NBC quiere devolverle a Jay Leno su viejo horario: Conan O’Brien puso el grito en el cielo.


El rumor de que entre ambos hay cierta enemistad no es nuevo. De ser así, el sentimiento de rechazo mutuo estaría a la máxima potencia por estos días: la NBC desató la guerra entre Jay Leno y Conan O’ Brien. La decisión de la cadena de quitar el programa de Leno del horario de las 22 y devolverlo a su espacio típico de más tarde obligaría a O’ Brien –su sustituto en esa franja horaria– a dejar la NBC. La cadena había realizado el enroque a mediados del año pasado, tratando de aprovechar el rating que conseguía Leno para un prime time habitualmente ocupado por ficciones cuyo costo se estaba volviendo prohibitivo en el marco de la recesión estadounidense. En tanto, la vacante que dejó Leno ya tiene nuevo nombre: irá un reality show con la conducción de Jerry Seinfeld.
“Puedo confirmar que desde el 12 de febrero, The Jay Leno Show no se emitirá a las 22”, aseguró el presidente de la cadena, Jeff Gaspin, que atribuyó la decisión a la escasa respuesta del público. No es la única razón: el problema estriba en que el público de Leno provocó el derrumbe del seguimiento de los noticieros de las filiales locales de la NBC, que se emiten justo después de su programa. Cuando Gaspin propuso colocar a Leno al frente de un programa más corto, a las 11.35 de la noche, O’Brien puso el grito en el cielo, porque ésa es la hora en la que comienza su programa. Se le ofreció, entonces, posponerlo hasta las 0.05, pero el presentador se negó rotundamente. Incluso, la del viernes pasado podría haber sido su última noche al frente de The tonight show.
“Sinceramente creo que retrasarlo al día siguiente para acomodar otro programa de comedia dañará seriamente la que yo considero es la mayor franquicia en la historia de la televisión”, se quejó O’ Brien en un comunicado. También subrayó que, de aceptar esa proposición, el cambio afectaría al programa The Late Night Show, con Jimmy Fallon al frente. “Eso haría daño a la otra gran franquicia de la NBC que amo, y sería injusto para Jimmy”, apuntó.
El contrato que selló O’Brien con la NBC tiene seis años. A partir de junio de 2009 su programa ocupó el espacio del “late night” estadounidense. “Como muchos de nosotros, crecí viendo a Johnny Carson cada noche y la oportunidad de sentarme en esa silla algún día lo era todo para mí –expresó, decepcionado–. Desde 2004 he pasado cientos de horas pensando cómo extender esta franquicia hacia el futuro. Creía erróneamente que, como mi predecesor, obtendría el beneficio de un cierto tiempo y, al igual de importante, el apoyo de la audiencia”, agregó.
Por otro lado, el programa de Seinfeld irá los jueves a partir del 4 de marzo. El popular comediante estará a la cabeza de un reality show denominado The Marriage Ref, donde será, junto con Alec Baldwin y Eva Longoria Parker, una suerte de juez en disputas domésticas. “El programa es sobre matrimonios de la vida real que tienen peleas verdaderas en sus casas. Miramos la historia en el estudio con una audiencia en vivo y un jurado de celebridades –anticipó Seinfeld–. Vamos a discutir los argumentos, quién tiene razón, quién está equivocado, y apoyaremos al marido o la esposa, muy similar a la forma en que se hace en los deportes. Sentíamos que la simplicidad del deporte faltaba en el matrimonio.” La NBC informó que también añadirá una nueva serie dramática, Parenthood, que se emitirá los martes a partir del 2 de marzo, además de introducir algunos cambios en la programación.
La guerra Leno vs. O’ Brien desató su capítulo de adhesiones y rechazos. La actriz Alyssa Milano, por ejemplo, apoya a Conan. “Te queremos y estamos deseando ver tu nuevo proyecto”, manifestó en Twitter. Otros, como el director Kevin Smith, consideran que la NBC acertó: “Me siento mal por Conan, pero Leno es una de las mejores personas que hay en este despiadado negocio y lo han fastidiado a pesar de sus buenos números”.

* Publicado en Página / 12 el 17 de enero de 2010.

Parodia tanguera sobre los vínculos.-*


La cantante y el humorista (y psicoanalista retirado) usan al 2x4 como vehículo para reírse de cómo se establecen las relaciones en estos tiempos. “Hoy, ‘El día que me quieras’ sería el día que me aceptes en Facebook”, disparan.


El, humorista, psicoanalista retirado y escritor. Ella, cantante de tango, guitarrista y musicoterapeuta. La unión entre ambos: “un mezclum de humor, tango, boleros y parodias musicales”. Un poco inevitable por los géneros en cuestión y otro poco por la perspicacia de ambos artistas para indagar en la mutable esencia humana, la ensalada incluye un gracioso análisis de los vínculos interpersonales a través del tiempo. Con Arrobaleros, Marcelo “Rudy” Rudaeff y Silvana Gregori ofrecen un paseo por el arrabal y por esa nueva esquina de encuentro que es Internet, con una parada en la historia antigua. Se presentan hoy a las 21.30 en Clásica y Moderna (Callao 892), y los dos primeros sábados de marzo y de abril en el Café Montserrat (San José 524).
Lo que se bifurca en Arrobaleros es el resultado de sus infancias, intereses y profesiones: ellos mismos son un “mezclum” y de ahí su manera de ver el mundo. El espectáculo comienza con un monólogo de Rudy, en el que aborda, principalmente, “las dificultades”, uno de sus temas como humorista. “Es la base de mi trabajo. Creo de verdad que uno de los problemas que tiene la gente es el lograr ser escuchada. Hay quienes pagan para ser escuchados, al psicoanalista por ejemplo, y quienes cobran, como nosotros cuando estamos ahí parados”, analiza en la charla con Página/12. En ese momento, su coequiper lo interrumpe cómicamente.
Silvana Gregori: –Mi madre está celosa. Dice que incluyas en tus monólogos a las madres italianas porque son mejores que las idishe mames.
Rudy: –¿Pero en qué sentido son mejores?
S. G.: –Y... se preocupan más por sus hijos.
R.: –No sé si las mejores madres son las que más se preocupan (risas). Podríamos decir que son las que se ocupan sin preocuparse. A mí me caen bien las italianas y las idishe mames. Cocinan muy rico. Igual, no hablo de la idishe mame, sino de mi mamá. Todo mi humor responde a la observación: exagerar lo que se ve. Por ejemplo, en estos tiempos, ves los vínculos que se arman vía Internet y escuchás historias de gente que tiene una pareja que no conoce, y yo diría que quizá no existe. Por ahí, andá a saber, manda una foto de cuarenta años atrás o de Brad Pitt.
Esa camaradería que manifiestan en el diálogo se traslada intacta al show, en cuyo segundo bloque Gregori conquista al público con su particular timbre de voz, a la vez delicado y potente. “Corrientes y Esmeralda”, “Los cosos de al l’ao”, “El ciruja”, “Milonga de Jacinto Chiclana”, “Fangal” y “Rubias de New York” son los temas que eligió para el momento más íntimo de la noche, algunos incluidos en Soñando tangos, su cuarto disco. A juzgar por su repertorio, resulta difícil entender la conexión de Gregori con el humor. Pero la cosa cambia si se recuerda que desde su debut, en 1979, se ocupó de desempolvar los tangos en los que sobresalía lo cómico, esos que entonaban las bataclanas en sainetes y teatros de revista, con frecuencia descalificados. “Los elegía porque me permitían soltarme más. En general, la gente asocia al tango con lo melancólico. Había montado un show temático con nexos, de tango-humor, cuando formaba parte del Grupo de Tango. Me preguntaban: “¿Son tangos nuevos?”. ¡Y respondía que existían desde los años ’20 y ’30! Cuando los remonté, se prendieron varias a cantarlos y yo me separé. Entonces empecé con tangos románticos, más evocativos”, recuerda.
Su dupla con Rudy pareciera ser el cierre del círculo, porque se permitió volver al humor pero desde otro lugar: la parodia musical. “Di una vuelta”, grafica ella. En 2005, Rudy escuchó el tango “Cuesta abajo” y vislumbró una relación con la historia de Edipo. Le propuso a Gregori que entonara la adaptación en el espectáculo que presentaba en aquel entonces, Tragedias griegas a la abadiana. Y para Rudy for vicepresident (2008), la convocó con nuevas ocurrencias. Se dieron cuenta de que querían hacer un espectáculo completo, que ya lleva varias presentaciones en el Café Montserrat, desde agosto del año pasado.
–¿Y por qué lo lograron recién luego de cuatro años?
S. G.: –
No coincidíamos en tiempo y espacio. Desde 2005 empecé a viajar mucho a Europa para cantar en festivales de tango. Rudy me mandaba las letras para ver qué me parecían y con cuáles me enganchaba más.
R.: –Pero, a diferencia de esas parejas de las que hablaba antes, nosotros ya nos habíamos conocido (risas).
En las parodias de tangos y boleros que escribe Rudy y que canta Gregori, todo puede suceder. Por ejemplo, “Malena hace fallidos como ninguna”, Ulises le canta a Penélope “cómo cambia la pinta en veinte años, te pido por favor que dejés de tejer y tejer”. “Ahora que la cosa está aclarada y la gente está enterada de que mi vieja es mi mujer”, advierte un Edipo zafado, y Adán y Eva se quejan de “ese camino del albedrío, puro chamuyo, cuento del tío”.
–¿Cómo se logra una parodia?
R.: –
Con Silvana empezamos a charlar sobre los temas a tratar, que tienen que ver con los cambios en los afectos, los vínculos, las costumbres... Lo que hago para escribir una parodia es ver a qué me suena un tema tradicional. Por ejemplo, ¿qué es querer, ahora? “El día que me quieras”, ahora es el día en que me aceptes en Face- book. En las parodias no nos reímos de las personas ni del tema, sino de los vínculos que arman. Es como si el tango hubiese reflejado determinado momento y acá lo relacionáramos más con el presente.
–Gregori, ¿cuáles son las exigencias de la parodia en la interpretación?
S. G: –
Lo que me resulta sumamente divertido es que puedo exagerar y hacer una caricatura, más que cuando canto un tango humorístico. Desarrollo el histrionismo. El tango-humor me gustó para poder expresarme más y ahora me gusta poder exagerar.
–Rudy, ¿por qué le interesó trabajar con el tango?
R.: –
Más bien, los tangos fueron llegando. Cuando era chico, en mi casa se escuchaba mucho a Julio Sosa. No sé quién dice eso de que la patria de cada uno es la infancia. Y siempre hay frases que en todas las familias se empiezan a usar.
S. G.: –A mí me pasó eso siempre, con mi papá. Lo escuchaba decir “se me ha arrugao la cara de tanto sonrerír”. ¡Y creía que era una frase de él! Pero esto me pasó con un montón de tangos.
R.: –Claro, el tango se me fue metiendo así. Y más allá del tango, después apareció el psicoanálisis en mi vida, como paciente, como analista retirado. Me gusta muchísimo hacer humor sobre psicoanálisis.
Ahí hay otra relación de la que mucho se ha hablado: tango y psicoanálisis.
R.: –Creo que todos observamos lo que observamos desde nuestro punto de vista, y en este caso hemos metido al psicoanálisis y hay un interpretango, diría (Astor) Piazzolla, una mezcla de tango y psicoanálisis, una especie de inconsciente porteño.
S. G.: –Lo interesante del tango es que refleja no sólo una cosa costumbrista, sino que tiene una capacidad para describir al barrio, personajes, situaciones, dolor.
R.: –Además hay frases, como “angustia de sentirme abandonado”. ¡Guau! Esa frase es de Freud... No sé si (Homero) Manzi pensó en el psicoanálisis cuando escribió “ya nunca me verás como me vieras”.
S. G.: –O la cosa ambivalente de un tango como “Fuimos”, que dice “vete, no comprendes que te estoy llamando”. Justamente, se puede hacer una parodia con algo que tiene mucha fuerza literaria y que nos representa.
–¿Y por qué hacer humor con el psicoanálisis?
R.: –Tiene muchos clichés. Así como el tango tiene al macho que le pega a la mina y después llora porque ella lo abandona, el psicoanálisis tiene esta cosa de tomarse en serio que el paciente no tiene que saber nada de lo que a uno le pasa, de casi ni hablar para que no nos conozca la voz. No es que sea cierto. La exageración nos lo permite. Creo que fue el psicoanálisis el que me acercó más al tango, desde ese lugar común, la melancolía, esa angustia de sentirse abandonado... ¿Cuántos tangos podrían ser cosas que alguien podría decir en el diván? El mundo fue y será una porquería (señala para atrás, para indicar la presencia de un terapeuta), ya lo sé.
S. G.: –La vida es una herida absurda.
R.: –¡Estás desorientado y no sabés qué trole hay que tomar para seguir!
Entrevista: María Daniela Yaccar.

* Publicado el 28 de enero de 2010, en Página / 12.