lunes, 1 de febrero de 2010

Amar, temer, partir... volver.- *


A Ramona Leiva la acusaron de estar “metida en la droga” y la encarcelaron durante casi cuatro años en Ezeiza, lejos de sus siete hijos. Cuando logró confrontar el encierro, se “puso las pilas” y estudió peluquería, computación y restauración de muebles, hasta que llegó al arte, que “modificó el enfoque de su vida”. Tanto que, al traspasar las rejas, no se quiso ir del todo: bajo el manto de la asociación civil Yo No Fui, la mujer regresa cada jueves para brindar talleres de serigrafía a las reclusas.

Por María Daniela Yaccar
Fotografía de Martín Lonigro

Buenos Aires, enero 28 (Agencia NAN-2010).- En sus ojos se percibe un ahora que resume un antes y un después. La síntesis es fácil de descifrar, no así el dolor, porque toda ella es vida y sonrisas. Ramona Leiva es una mujer que logró burlar todos los prejuicios. En su estadía en la cárcel, traspasó las rejas --no las materiales, claro-- y se inventó una nueva vida cerca del arte. Y una vez afuera, sin la mezquindad de algunos que se autodenominan sabios, decidió traspasarlas de nuevo --ahora sí, las materiales-- para compartir lo que aprendió adentro. Cada jueves por la mañana, durante dos horas, Leiva coordina un taller de serigrafía en la Unidad 3 de la cárcel de Ezeiza que incluye algunas clases de dibujo y pintura a pedido de las alumnas, y también mate, galletitas y novedades del mundo exterior. “Para mí, entrar es una bandera de triunfo porque me abren la reja. No es que lo hacen porque vengo con la policía al lado. Me la abren a mí”, grafica en una charla con Agencia NAN.

Leiva no trabaja sola. En realidad, ella es todo un símbolo de Yo No Fui, una asociación civil que busca acompañar a las mujeres dentro y fuera de la cárcel, con talleres de poesía, fotografía, diseño, serigrafía y otros. Se puso en marcha hace cinco años, con un taller de poesía a cargo de María Medrano, en la Unidad 31. Cuando las internas comenzaban a salir, se encontraban con una realidad compartida: la soledad, la falta de trabajo y de apoyo del Estado. En consecuencia, la organización comenzó a funcionar como un espacio de capacitación para reinsertar a las mujeres en el universo laboral, y a veces hasta como la posibilidad de recibir algún ingreso por lo recaudado en ferias o trabajos a pedido, aunque mínimo.

Si Leiva es todo un símbolo es porque en su adentro están las experiencias del adentro y del afuera, vaya trabalenguas. “Una vivió ahí. Miro a las chicas a los ojos cuando están tristes, cansadas y cuando ya no quieren estar presas. Yo lo viví. A veces se les nota eso de no aguantar más, el ‘me quiero ir’. Y la verdad es que no hay otra cosa”, sentencia. Bajo el programa “La experiencia cuenta” --que recibe un apoyo del Ministerio de Justicia--, Leiva comenzó con clases de serigrafía, luego de esténcil, dibujo y pintura sobre tela, papel y madera, para que las presas “abarcaran otras cosas”. Y en el cubículo que Yo No Fui tiene en Palermo, recibe a quienes gozan de salidas transitorias o recuperan su libertad, con otro taller, al que también se incorporaron algunos hombres.

Leiva es consciente de que ese grupo de 15 internas la espera cada jueves ansiosamente. “En serigrafía se trabaja con productos que son muy fuertes y no todas tienen el buen ánimo de ensuciarse y usar ese tipo de líquidos. Con el dibujo se relajan más. También les llevo revistas, las comentamos, les cuento novedades. Hay que dejarlas que se asienten un poco, tomamos mate y todo eso va haciendo un taller --cuenta--. Me llevo muy bien con las chicas. Cuando ellas me decían ‘maestra’ o ‘profesora’, yo les decía: yo no soy ni una cosa, ni la otra. Primero porque no tengo título, lo que hago es compartir lo que aprendí. Y después, porque así como yo traigo cosas, me llevo otras. Me sirve. Entonces ellas también serían mis maestras.”

¿Y adónde va a parar todo ese trabajo que nace en el taller? “El taller de costura de afuera hace las remeras, el de diseño las corta y se hacen los moldes, el de serigrafía las estampa y después eso se vende o se hacen ferias”, explica Leiva. Y más allá de eso, hay otro tipo de logros que vivencian quienes pasan por la experiencia. “María (Medrano) se contactó con una persona que trabaja en cárceles en Francia y están haciendo un libro en común. Algunos de los dibujos de ese material son de las chicas, y la tapa seguramente también saldrá del taller”, ejemplifica.

Económicamente, lo que Leiva obtiene por ser transmisora de sus conocimientos --por no ir en contra de su voluntad llamándola maestra-- es mínimo. Apenas le alcanza para los viáticos y los materiales. Y la recaudación que deviene de la venta de remeras se distribuye entre todas las mujeres que participaron del proceso. El objetivo es, entonces, recibir algún subsidio que permita que todos los que dan clases obtengan una ganancia. “No hay casi ayuda del Estado. Hacemos esto movidos por las ganas. No saco dinero. Eso sí: saco mucho más”, subraya Leiva.

Olor a calle

En la cárcel, la expresión que titula este apartado se usa para designar algo así como la energía que le brota a una persona que llega de afuera. Si Leiva es hoy quien arrastra ese perfume por los pasillos del penal, es porque en algún momento logró inhalar ese aroma que volaba por el aire. Ella percibe, claramente, que el triunfo que le representa volver a ingresar al lugar donde pasó casi cuatro años es una consecuencia de otras cosas. Su vida, antes, era bien diferente. Vivía con lo justo, lo que le dejaba la venta de bijouterie en Once con su marido, que también manejaba un taxi. “Tengo escuchas con un amigo y dicen que yo estaba metida en la droga. Nos metieron a mí y a mi marido. Soy inocente, pero me la banqué porque afuera conocí mucha gente y sé que no es un lugar de santos, ni todo es tan legal. Incluso, yo traía cosas por contrabando. En ese sentido, no soy tan inocente. Conozco gente, mi hermano anduvo en la droga y no me gusta la policía. Todo eso hizo que yo tenga un código de respeto. Mi compañero tendría que haber saltado y haber dicho que no habíamos hecho nada, pero nos terminó arrastrando”, recuerda.

Afuera dejó a sus siete hijos, que quedaron solos, porque su marido también “cayó”. “De todo lo malo que tiene la cárcel, por lo menos le saqué provecho. Nunca había hecho cosas para mí, más que criar chicos. El primer tiempo lloré mucho, hasta que una compañera me dijo: ‘Que las rejas no te lleven’. Me puse las pilas y estudié peluquería, computación, restauración de muebles. Y después entré al taller La Estampa --que funciona de manera similar al que ella dicta--, y se me despertó el amor por el arte. Todo eso fue modificando el enfoque de mi vida: por qué levantarme, por qué pelear hoy, a qué darle bolilla”, sostiene.

En la cárcel, Leiva recibió la visita de la artista plástica y escritora Fernanda Laguna, quien cuando salió también la llevó por la senda del arte. Afuera, se incorporó a Eloísa Cartonera, cooperativa en la que permaneció durante dos años. “Eloísa fue una parte importante en mi vida, una contención cuando salí. Si eso no hubiese pasado, ahora no estaría donde estoy”, recuerda. Finalmente, la conoció a Medrano. “Justo salió un grupo de poesía que era bastante fuerte y nos sumamos y armamos Yo No Fui”, relata.

“Cuando volví a entrar, al principio la gente de seguridad me miraba como si me conociera. Algunos se daban cuenta que ya había estado. Otros no, como ven tanta gente… Cuando hablo con las chicas, me preguntan por qué volví y les digo que cuando estuve adentro sentí que tenía que regresar pero de otra forma, para cambiar algunas cosas, porque no sirve quedarnos rezongando en casa. Me costó mucho, hace cinco años que estoy en libertad y recién ahora puedo entrar otra vez. No es que me encapriché de un día para el otro”, reflexiona. “Tuve miedo. No hay persona que no tenga miedo, nada más que yo puse el pecho y le di para adelante. Desde que salí, no hago nada que no me guste y no le doy excusas ni consejos a los demás. Muestro lo que hago. Pueden elegir. Hay malos momentos, pero pasan.”

Más allá de intentar generar un cambio en las internas, de dejarles la moraleja de que es posible barajar y dar de nuevo, existen otras cosas que Leiva quisiera cambiar: “La cárcel es un lugar muy duro, oscuro, frío. Me gustaría que las presas pudieran hablar más por teléfono, ver a sus hijos, que recibieran un mejor trato, que se analizara por qué llegan a estar presas. Hay muchas que nunca tuvieron una oportunidad, cada una tiene su historia en su espalda.”

-- ¿Y qué es el arte para usted, ya sea con olor a calle o a cárcel?
-- Los dibujos que hacemos pueden ser lindos o no. Eso no importa. Tienen que estar llenos de emoción. Todo, en realidad: pintar, cocinar, pasar un trapo. El arte es sentir las cosas que uno hace.
* Publicado en Agencia NAN, el 28 de enero de 2010.
http://agencianan.blogspot.com/2010/01/salir-con-el-corazon-estampado.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario